Hace muchos años un alcalde de Sevilla, ebrio de azahar, debió razonar para sí: «Si Nueva York tiene un metro, Sevilla también». Y empezaron las obras de un metro imposible que, como era de prever, al poco tiempo se paralizaron. Años después, el Gobierno andaluz (de nuevo el azahar) decidió reanudar ese metro y, al instante, para no ser menos, Málaga reclamó también el suyo... y luego Granada. Así se activó desde la Junta la operación ‘metro para todos’. No importaba que desde el principio se supieran las infinitas dificultades que tiene encajar un metro bajo ciudades consolidadas si no se construyó antes en paralelo con otras infraestructuras; no importaba que desde el principio se supiera que esas dificultades aconsejaban limitar las líneas al amplio arco de la ciudad moderna, Universidad y PTA; no importaba que 350 ciudades de Europa basaran su transporte público en una red de tranvías de superficie en una magnífica coexistencia con el tránsito peatonal (por supuesto, no sin polémica); no importaba que el metro de Málaga absorbiera sólo el 3% del transporte público de la ciudad a pesar de una inversión de 800 millones de euros. No importaba nada de eso. No hay racionalidad posible cuando se discurre sólo con la carga emocional de los símbolos: la España del desarrollismo, a diferencia de una Europa civilizada, prescindió de los tranvías como un significante del atraso ancestral. En política venden más los símbolos y los prejuicios que las razones, así que bajo tierra estaban los obreros y sobre tierra, los audis; bajo tierra, el orgullo de la ciudad herida, y sobre tierra, las ’cicatrices urbanas’ y las perversidades de la Junta. Ya, cuando comenzaron las obras, intentaron convencernos de que las tuneladoras o los muros pantalla eran opciones de derecha o de izquierda.
Si, tras haber arruinado a un buen número de comercios de la Carretera de Cádiz, se ha concluido la primera parte de una obra costosísima y de tan poca rentabilidad económica y social, lo que ya sería inaudito es extender el error hasta la plaza de la Marina. La Consejería de Fomento ha puesto encima de la mesa algo muy sensato, como es continuar el metro hacia el este con la opción del tranvía o metro ligero. Pero la fuerza irracional del agravio ya se ha desencadenado como una estampida de búfalos. Si la gente simplemente entrara en Internet, o visitara las últimas ciudades que se han adscrito al metro ligero o tranvía, como Burdeos, Grenoble, Dresde, Tenerife, Zaragoza, Bilbao, Vitoria, ¡la misma Sevilla!... comprobaría con estos ejemplos cómo ésta, precisamente ésta, es la opción que permite extender el servicio de transporte de una manera limpia, ecológica y económica a la mayor parte de una ciudad complicada como Málaga. Un kilómetro del metro subterráneo cuesta 60 millones de euros, frente a los 12-15 del tranvía. Los vagones de plataforma baja, de exquisito diseño y accesibles a discapacitados, se deslizan por las zonas peatonales en unas completas condiciones de seguridad. Hay que verlo, insisto, para despejar el prejuicio de que un tranvía en superficie es una herida urbana y una amenaza a la paz del viandante. Pero qué más da...
Realmente no importa lo más mínimo la distorsión de un debate que debía atender a razones estrictas de racionalidad urbana, económica, ecológica y social, pues ya verán cómo nadie va asumir la responsabilidad de cargarse los ficus de la Alameda, cuyas raíces se juntan bajo el asfalto. Lo que verdaderamente importa es mantener vivo este bonito conflicto que oculta la realidad de un problema no resuelto en el modelo de Estado: el encontronazo competencial entre las administraciones local y autonómica, algo que nos exime de la siempre comprometida necesidad de argumentar con razones.
Me gusta tu post sobre el metro
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